El zinc y la memoria del error
Notas sobre una corrosión que no debía existir
Hay sistemas constructivos que no necesitan defensa.
Funcionan desde hace siglos y, cuando fallan, casi siempre lo hacen por exceso de confianza ajena, no por debilidad propia.
La chapa de zinc sobre soporte de madera maciza —particularmente pino— pertenece a esa categoría. Es una solución sobria, silenciosa y eficaz. Bien ejecutada, envejece con dignidad. Mal ejecutada, no protesta: deja constancia.
La imagen que acompaña este texto ha sido tomada por el autor en obra ( ejemplo de más de un centenar captadas en la misma obra). No es un ejemplo de manual ni una recreación didáctica: es una observación directa. Muestra la cara interior de una chapa de zinc con corrosión severa, localizada y plenamente desarrollada. Un caso incómodo, porque el soporte es correcto, el material es correcto y, aun así, el zinc se ha ido.
Conviene entonces hacer lo único razonable: mirar despacio.

Cuando lo evidente distrae
El primer impulso suele ser señalar a la madera.
Se habla de pH, de acidez, de incompatibilidades supuestas. Todo suena técnico, pero explica poco.
El pino presenta un pH compatible con el zinc. No es una opinión: es un hecho contrastado por siglos de construcción. La madera, en este caso, no ataca. Sostiene. Y lo hace correctamente.
Si el zinc se corroe aquí, no es por estar sobre madera. Es porque no está solo.
El hierro: discreto, eficaz y devastador
En la imagen se observan puntillas de hierro (tipo alfiler) sobresalientes del soporte y una grapa fijada con tirafondos, también de hierro. Nada espectacular. Nada que alerte durante una visita rápida. Son esos detalles que suelen resolverse con un “esto siempre se ha hecho así”. En terorá, las puntillas deberías de estar totalmente corroídas, empero, es el zinc el que acusa las fallas, curioso, que unos elementos tan diminutos sean capaces de destruir la chapa de zinc, Pero ¿porqué sucede este fenómeno? Sencillo, el zinc actúa como metal de sacrificio protegiendo al hierro.
Y, sin embargo, es exactamente ahí donde empieza el problema.
Desde el punto de vista físico-químico, la presencia de hierro introduce una asimetría fundamental. En presencia de humedad —y la madera sabe retenerla— el sistema deja de ser pasivo. El zinc, metal más activo, asume un papel que no ha elegido: proteger al hierro.
No hay dramatismo en el proceso. Solo constancia.
El daño que no ocurre donde se espera
Uno de los aspectos más reveladores de la imagen es que las puntillas han producido endiduras mecánicas en la chapa, pero no presentan corrosión en el punto exacto de contacto. La corrosión aparece alrededor, como si evitara deliberadamente el origen.
No es un capricho. Es electroquímica.
En un sistema galvánico, el metal más noble no se corroe: induce. El metal activo se disuelve en su entorno, no necesariamente bajo él. El hierro permanece intacto; el zinc paga la factura.
Las picaduras observadas —múltiples, dispersas, profundas— no son aleatorias. Son la huella visible de un campo de influencia invisible. Un mapa dibujado por electrones, humedad y tiempo.
El escenario real: un lago de contaminación
La corrosión no aparece porque exista hierro. Aparece porque alguien ha permitido que se forme el medio adecuado.
Residuos de madera adheridos a la cara interior de la chapa. Humedad persistente. Sales inevitables. Oxígeno limitado. Metales incompatibles compartiendo vecindad sin aislamiento.
Un pequeño lago de contaminación electroquímica, perfectamente funcional y perfectamente ignorado.
No aparece en planos. No figura en memorias. No se mide con calibre. Se genera durante la ejecución, cuando la experiencia se confunde con rutina y la tradición con descuido.
La madera como soporte válido (y testigo incómodo)
Conviene decirlo sin ambigüedades: la madera no es la culpable.
Es el soporte que sigo considerando válido en mis informes técnicos. No ataca al zinc. No lo degrada. Lo acompaña.
Pero, como todo soporte, amplifica las consecuencias de una mala decisión ajena.
El zinc no admite frivolidades
El zinc es un material noble, pero no indulgente.
No tolera improvisaciones metálicas. No perdona el hierro desnudo. Exige aislamiento estricto de cualquier elemento incompatible, limpieza rigurosa durante la ejecución y una vigilancia constante de los puntos singulares.
No basta con que el sistema sea correcto.
Hay que construirlo correctamente todos los días.
Porque en una cubierta de zinc, cualquier fallo —por pequeño que parezca— tiene memoria. Y el material se encarga de recordarlo años después, cuando ya nadie recuerda quién decidió usar “esa puntilla solo para sujetar”.
Conclusión
La corrosión observada no invalida el sistema zinc–madera. Al contrario: lo explica.
No es un defecto del material, sino la consecuencia lógica de haberle obligado a trabajar como lo que no es: un ánodo sacrificial al servicio del hierro.
Epílogo inevitable
El zinc sobre madera funciona.
El zinc rodeado de hierro, no.
Y cuando se corroe, no se venga: expone.
Mauel Álvarez Sández


















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